Tod Sloan y Rubén Reyes Jirón*


¿Qué pasa cuando un grupo interdisciplinario de académicos y profesionales se reúne en Nicaragua con el objetivo de reflexionar sobre la masculinidad contemporánea? ¿Qué podrían decir que no se haya dicho antes demasiadas veces?

Quisiéramos compartir nuestras impresiones de lo que se logró y no pudo lograrse en un grupo de hombres y mujeres con las características mencionadas que se convocó ocho veces en la Universidad Centroamericana en mayo y junio de 1995. Los autores de este ensayo fueron co-facilitadores del grupo. Los quince miembros del grupo representaban psicología, sociología, derecho, historia, letras, filosofía, economía, educación, etc. La condición interdisciplinaria del grupo contribuyó a que hubiera una cierta dificultad en llegar a un consenso, pero también fue la fuente de una presión para precisar muy bien los términos básicos usados por cada participante.

Pasamos la primera hora describiendo nuestras expectativas. Algunos hombres querían enfrentar su propio machismo. Otros buscaban conceptos o modelos para aplicar en su trabajo académico o profesional. Algunas mujeres feministas sentían un deseo de acompañar un proceso entre hombres que habían esperado desde hacía ya muchos años, lo cual se evidenciaba en sus propios análisis de la feminidad.

El grupo estaba claramente dividido entre los que buscaban una transformación personal a través del proceso del grupo, ofreciendo sus propias vivencias masculinas problemáticas para el estudio de los demás participantes, y por otro lado, los que concibieron la tarea más académicamente como la búsqueda de una teorización más adecuada sobre la masculinidad. Concluimos con la decisión de aceptar los dos objetivos, dado que sería una reproducción de un rasgo negativo de la masculinidad, el separar la teoría de la vivencia como si la primera no nos tocara a todo(a)s a nivel personal. Nos dimos a la tarea de intentar una definición adecuada de la masculinidad y en base a nuestras propias vivencias.

Para abrir la discusión de la próxima sesión, los facilitadores propusieron la siguiente definición de la masculinidad, la cual representa una síntesis de varios trabajos psicológicos recientes sobre el tema: La masculinidad es lo que cualquier persona hace para sentirse en control, en el centro, fuerte, importante, con el poder, arriba, es decir, "hombre", y para no sentirse controlado, en la periferia, débil, sin importancia, sin poder, abajo, "mujer". Pasamos el resto de la sesión analizando los méritos y los defectos de esta perspectiva. Así logramos mucho, porque se pudo ampliar nuestro concepto colectivo de la masculinidad en función de los requisitos intelectuales de todos las disciplinas y profesiones presentes, y a la luz de las varias vivencias que compartieron algunos miembros del grupo.

Entre los defectos más importantes de esta definición, señalamos los siguientes:

· Esta definición sólo toca una manifestación temporal de la masculinidad, una construcción particular de la personalidad en una época determinada de la historia. Es decir, se reconoce que esta estructura capta algo de lo que es la masculinidad hoy día, pero que ella no siempre ha sido ni tiene que ser así. Pero, la mayoría opinó que esta definición describe mucho de lo que es reconocido como la masculinidad tradicional occidental.

· Pareciera que la masculinidad se reduce, en el concepto propuesto, a una búsqueda de poder y nada más. La búsqueda de poder puede ser motivo de cualquier persona, y no necesariamente una del sexo masculino. La definición necesita un elemento que vincule más directamente esta estructura psíquica a los hombres como hombres, a su experiencia, al cuerpo masculino, y a su conducta.

· La definición es muy negativa. La masculinidad debe tener algunos rasgos positivos. Los participantes que defendían la definición "negativa" propusieron que esto es exactamente el porque de apoyar una desconstrucción o una trascendencia de la masculinidad. Los otros opinaron que siempre va a haber una masculinidad opuesta a la feminidad y por ello se trata de mejorar a ambas en base de sus rasgos positivos.

· La definición asume una bipolaridad cuando es claro que no existen ejemplos puros de la masculinidad o la feminidad, ni siquiera a nivel simbólico. Además, se podría argumentar que no existe una única estructura de la masculinidad sino muchas masculinidades, por ejemplo, los eunucos, los heterosexuales, los fascistas, los travestis, los físico-culturistas. Pero )hasta que punto, nos preguntamos, hay que esforzarse por tomar en cuenta la singularidad? )No se podría encontrar unas dos o tres tipos esenciales para fines del análisis (a pesar del riesgo tán temido hoy día de la esencialización)?

· Donde están las dimensiones estructurales, sociales, históricos, y culturales de la masculinidad en esta definición?

· Para tomar en cuenta algunos de estos defectos, varios participantes estaban de acuerdo con la ampliación siguiente de la definición original, la masculinidad sería "todo lo que se asocia con la conducta típica de los hombres en una determinada sociedad o cultura". Otros no querían perder el elemento "negativo"-crítico de la original y alguien propuso una reflexión más profunda sobre la construcción del poder masculino, porque éste parece estar en el centro del asunto.

Acerca de esta cuestión, nosotros los autores de este ensayo, opinamos que independientemente de que la masculinidad esté determinada históricamente y de que la retención del poder no sea el único elemento que la define, en este momento histórico y en este hemisferio, la masculinidad se define como una identidad que se desarrolla a partir de la dominación de otras personas con menos poder. Pensamos además que la socialización tradicional del los varones en el seno del la familia juega un papel central en la reproducción del poder masculino, empezando con la necesidad que siente el niño de separarse de la madre para sentirse "hombre".

Las sesiones siguientes se dedicaron al tema del poder masculino y a docenas de temas estrechamente vinculados a ello. A pesar de nuestros esfuerzos para concentrarnos sobre un tema escogido, siempre salimos a discutir otras cuestiones. Al principio esto nos molestó, pero luego comprendimos que la preocupación por encasillar todo dentro de un plan determinado es otro rasgo de la racionalidad masculina que también necesita ser transgredido.

A propósito de la transgresión y de los múltiples temas vinculados al poder, uno de los temas discutidos fue el de la homosexualidad como una práctica que reproduce las relaciones de poder entre los hombres y las mujeres.
Los facilitadores presentaron el trabajo del antropólogo Roger Lancaster en su libro Life is Hard, en el cual se dice que la versión nicaragüense de la homosexualidad, el cochón, es también un producto del machismo. Las y los participantes estuvieron de acuerdo con la observación de Lancaster de que en Nicaragua el cochón se define como el varón que en una relación sexual es penetrado, dominado, afeminizado a diferencia del activo que penetra, domina, y así se masculiniza. El varón que es penetrado pierde masculinidad mientras que el que penetra la gana. Esto quiere decir que en Nicaragua, en muchos casos, ni siquiera la homosexualidad escapa a la bipolaridad dominante-dominado/a. Los varones heterosexuales nicaragüenses parecen no temerle a la relación íntima entre hombres sino a ser dominados por otros hombres, es decir, el temor a que la práctica homosexual implique una pérdida de la masculinidad.

Desde esta lógica de la mayoría de los varones Nicaragüenses, el comprometerse con un esfuerzo por desconstruir la masculinidad tradicional, sería signo de la homosexualidad. Si no se es un hombre a imagen y semejanza de la representación social del mismo, entonces, se es cochón. El temor a ser estigmatizado como cochón mantiene a muchos hombres alejados de un esfuerzo consciente por desaprender el machismo, a pesar de su inconformidad con el ser presionado a cumplir con las destructoras e inalcanzables exigencias del hombre tradicional. En muchas de las reflexiones del grupo, vimos que la masculinidad, como todos los conceptos sociales, sólo existe en función de sus mediaciones socioculturales, históricas, y psicológicas.

Por esto, no se puede hablar de la construcción del poder masculino sin pasar casi de inmediato a los temas de: la socialización del varón (inclusive el papel de la madre en la reproducción del machismo); las fuentes de la desigualdad entre los géneros en la división de la sociedad en clases económicas; el racionalismo, la ciencia, y la tecnología como mecanismos del poder masculino; el papel de las religiones en la sustentación del patriarcado; los juegos de niños y los deportes como sitios de la construcción de la imagen del hombre; la posibilidad que aun en las mujeres liberadas existen deseos inconscientes del hombre fuerte, dominante. Tal vez Michel Foucault tenía razón cuando escribió que un día el concepto del Hombre desaparecería de las ciencias humanas -- por lo menos, en nuestro grupo de reflexión sobre la masculinidad, el Hombre siempre desapareció cuando analizamos los determinantes de su conducta y de su estructura psíquica.

Sin embargo, para que el Hombre (como género dominante) realmente desaparezca es necesario intervenir en las fuerzas que determinan la construcción del poder masculino. La desconstrucción de la masculinidad implica la desarticulación de los aspectos de la religión, el racionalismo, el arte, la ciencia, la tecnología y de todas aquellas instituciones que promueven y sostienen el poder masculino. En la última sesión llegamos de nuevo a esta conclusión cuando analizamos el fenómeno de las frecuentes violaciones de niñas en Nicaragua. Quedó claro que la solución será una cuestión de cambios en varios niveles, en el periodismo, en las leyes sexistas, en las actitudes de la policía, en la socialización de los niños varones, en la publicidad, etc. Es una lucha que los hombres tienen que tomar ahora como su propia responsabilidad.

Para aterrizar este análisis abstracto, quisiéramos hacer un intento por profundizar en la construcción histórica de la imagen del poder masculino en Nicaragua. Dentro del concepto de la masculinidad tradicional el hombre es más hombre a medida que asciende en los estratos de poder. No era casual, por ejemplo, que durante el tiempo en que Somoza gozó de mejor imagen, el pueblo de Nicaragua se refiriera a Jl como "El Hombre". Si Somoza era "El Hombre" se suponía que los varones Nicaragüenses debíamos aspirar a ser como Jl cuando fuéramos grandes. Sin embargo, llegó un momento en que Somoza llegó a ser la encarnación de las características masculinas más negativas llevadas a los extremos. Se convirtió en un tirano genocida odiado por todas/os. Si Somoza era "El Hombre", los que no eran como Jl, tampoco querían serlo.
La lucha por desconstruir al hombre Somoza condujo a muchos/as varones y mujeres a buscar en la historia a otro varón, cuya muerte le había valido a Somoza convertirse en el hombre fuerte de Nicaragua. Ese hombre pequeño que enfrentó al gigante del norte con un "pequeño ejército loco" fue la inspiración de quienes derrocaron al dictador con la intención de destruir todo lo negativo que Jl encarnaba. La Revolución destruyó al dictador y a su ejército genocida, la Guardia Nacional, pero no destruyó todo las características negativas de aquel Hombre. El hombre que Somoza encarnó y procreó sigue viviendo en el interior de muchos de los varones Nicaragüenses, a pesar de los esfuerzos de muchos Sandinistas de vivir como "hombres nuevos" en solidaridad con sus compañeras.

Es cierto que la mayoría no son ni genocidas, ni explotadores del pueblo, pero todavía siguen cultivando la personalidad autoritaria que ha caracterizado tradicionalmente a los hombres. Muchos varones, por ejemplo, mientras en la calle apoyan las demandas justas de los campesinos o de los trabajadores de la construcción, en la casa responden con un "yo no me hago cargo de chavalos" ante las demandas justas de su compañera de tener un tiempo para sí misma.

Desconstruir la masculinidad en Nicaragua y en el resto del mundo significa al menos deshacernos del dictador que muchos llevamos por dentro. Además significa insistir en la propagación de la democracia participativa (que incluye el principio de la igualdad de todos los seres humanos y el respeto por sus derechos fundamentales) en todas las instituciones y esferas de la vida.

* Tod Sloan es profesor de psicología en la Universidad de Tulsa, EEUU, y autor de los libros Life Choices y Damaged Life. Fue profesor visitante en la Universidad Centroamericana con el apoyo de la Comisión Fulbright. Rubén Reyes Jirón es psicólogo y trabaja en Puntos de Encuentro, en Managua, haciendo talleres vivenciales sobre masculinidad.